enny y Raul discutían cada vez con más fuerza. La intromisión constante de la madrastra de Raul en su relación era demasiado para Luisa, que explotó durante la cena familiar.
Raul se negaba a poner límites a su madre y las palabras hirientes volaron por ambas partes. Luisa salió corriendo, llorando amargamente.
Cuando Raul la alcanzó en el porche, se disculpó por primera vez. Reconoció que debían poner algunas reglas para proteger su felicidad como pareja. Luisa lo perdonó de inmediato, abrazándolo con fuerza.
El rencor se había disipado y solo quedaba el amor que siempre los unió. Decidieron olvidar la discusión y reencontrarse como pareja.
De vuelta a casa, se dejaron caer en el sillón azul, el favorito de Luisa, rodeado por unas cortinas rojas. Sus labios volvieron a unirse en un beso apasionado mientras sus manos se afanaban en desvestirse el uno al otro, iluminados tenuemente por la luz que se filtraba a través de las cortinas rojas.
El cuerpo de Luisa se estremeció al sentir las manos de Raul sobre su piel, despertando la ardiente pasión que siempre habían compartido. Sus movimientos se volvieron más frenéticos y salvajes, olvidándose de todo excepto de sus gemidos y jadeos, amortiguados tras las cortinas rojas.
El sillón azul se convirtió en el escenario de su reconciliación, donde reafirmaron el deseo y el amor sincero que los unía. La discusión con la suegra quedó olvidada, superada por las turbadoras oleadas de placer que los inundaron, perdiéndose en las profundidades de la intimidad, iluminada tenuemente por la luz que se filtraba a través de las cortinas rojas.
Su relación volvió a encenderse con más fuerza que nunca, decidida a superar cualquier obstáculo. El amor siempre prevalecería.
